QUÉ CONTAGIO
Por seguridad, nos piden que, mínimo, estemos a un metro y medio de distancia unos de otros. Cuando vamos a comprar o al trabajo y nos cruzamos con alguien por la calle, no es ya anormal que uno salga a la carretera y pase bordeando los coches aparcados para que haya distancia. En casa, por protegerse unos y otros, hay quien no se da ni un beso…
Y es que el coronavirus se contagia con una facilidad asombrosa. Y, también sabemos, que todos podemos infectara otros sin darnos cuenta.
Yo me estoy planteando que, en este tiempo de oportunidad para la reflexión y el cambio, podamos hacernos un “análisis de espíritu” para ver, a nivel de espíritu, qué analítica tenemos y qué podemos estar contagiando a nuestro alrededor sin darnos cuenta. Porque hay un refrán que dice que “todo se pega menos la hermosura”… aunque, metidos en temas de espíritu, yo creo que la hermosura del alma también se pega.
Ahora, estamos en casa, normalmente con la familia; tenemos la suerte de poder preguntar a los que están a nuestro lado; y si no, una video llamada, o unos emails...En este análisis, la revisión personal es tan fundamental como lo que los demás me puedan aportar. La razón es que uno, la mayoría de las veces, no es consciente de las “partículas espirituales” que desprende y que van dejando huella a los que conviven con él. El yo tiene una facilidad asombrosa para auto justificarse, auto engañarse, negar la realidad o acostumbrarse y hacerse indiferente a la misma: voces, exigencias, borderías, culpabilizaciones, amarguras, retorcimientos, cotilleos, imprudencias… Y lo mismo a lo positivo: bondad, servicio, acogida, respeto, donación de sí, escucha… Lo único, que el contagio no tiene las mismas consecuencias con las primeras que con las segundas.
Para esta “analítica del espíritu” hay que preparar el terreno. Y tiene que haber una serie de condiciones que hagan que dicho análisis pueda dar unos resultados correctos.
Lo primero es tener un entorno de gente que nos queramos de verdad. Si no nos queremos, no se puede hacer el análisis, porque o bien no habrá verdad, o se arrojarán las “verdades” y se callarán muchas cosas tanto positivas como negativas. Y, en último caso, no será algo constructivo ni real. Faltará el amor, que es elemento esencial en este laboratorio.
Tenemos que estar también dispuestos a escuchar y reflexionar lo que el otro nos dice. Habrá cosas que sepamos que contagiamos… Potenciemos las buenas y vacunemos las malas. Pero habrá otras que, como el coronavirus, no sabemos que las incubamos, y peor aún, si fueran partículas nocivas… no somos conscientes de que las podamos tener bien desarrolladas… es momento de acoger y reflexionar.
Antes de nada, todos los que entramos en el juego del análisis, tenemos que plantearnos unas preguntas sencillas. Por ejemplo, si yo pasara hoy a la Casa del Padre, ¿qué herencia habría dejado en este mundo? Esa herencia, tanto réditos como deudas, ¿para quiénes son? ¿para todos, para los más cercanos, para los más lejanos…?
Y una vez que nos hemos preguntado esto, tener un tiempo de oración para que, entre el Señor y cada uno, cribemos las respuestas. Poner a la persona delante de Dios, ponernos a nosotros mismos, dejar reposar el espíritu…
Después, ya estamos preparados para compartir lo que el Señor nos ha dicho. Y, terminada la puesta en común y el diálogo, nuevamente, tiempo de oración para que cada uno piense en lo que se le ha dicho. Lo ponemos delante de Dios; y también a la persona que me lo ha dicho. Así me puedo poner en su lugar y comprender mejor lo que me ha revelado.
Por último, volvemos a juntarnos: compartimos conclusiones y damos gracias. Es posible que no todo lo que el otro me ha dicho “sea material de contagio mío realmente”, pero al pasarlo por la oración, alguna luz me habrá dado sobre mí o sobre quien me lo ha compartido.
Y, como decía antes sobre las cosas que “sabemos que contagiamos”… Ahora, a potenciar lo bueno que he descubierto, sin perder la espontaneidad… y, como con el coronavirus, a buscar vacunas que frene todo aquel contagio espiritual que brote de mí y sea dañino.
Yo creo que este ejercicio, es una forma buena y constructiva de emplear el tiempo de este encierro. Solemos hablar más de los otros, aventar sus miserias, darlas vueltas y, normalmente agrandarlas. Es más efectivo hablar de nuestros hijos que de los de los demás; tratar de quitar la viga o paja de nuestro ojo, mejor que estar entretenidos con la del vecino. Ciertamente, cuesta más revisar y convertir el corazón de uno que criticar o hablar por hablar. Pero, si queremos salir reforzados de esta “soberbia crisis de nuestra soberbia”, con las espaldas más anchas y más codo con codo, ocupemos la mente y el tiempo con lo que construye y con lo que está en nuestra mano transformar. Echar balones fuera… además de estéril termina siendo doloroso porque hacen daño a los hermanos y, además, alguno de esos balones, antes o después, siempre nos rebota.
Seamos valientes y constructivos. Vamos a extraer un poco de nuestro espíritu, a ver qué analítica tenemos y qué estamos contagiando. Ten la iniciativa y proponlo en casa.