EN EL JARDÍN DE DESPACHOS
Qué bonito y qué acogedor es el jardín de despachos. Con su virgen y el Cristo de la acogida, el olor a romero, el banco desde donde se ve el Sagrario y que tantas confesiones y entrañables diálogos ha escuchado. El olivo de Ángel Custodio, resucitados ambos. Y el rincón de Juan, humilde y lleno de esperanza, como él.
Y es bonito por lo que os he descrito. Pero es bonito porque allí se vive el encuentro cotidiano de la entrada y la salida de misa. Los saludos al vernos y las despedidas, unas con acelero porque se llega tarde a casa, y otras con la calma de quien sigue compartiendo el discurrir de la vida, sus proyectos y sus preocupaciones.
El jardín de despachos fue testigo el miércoles pasado de un pequeño gran acontecimiento, de esos que tantas vecesel Señor nos regala. Sabéis que es el día en el que está organizado el reparto de alimentos de Caritas. Mientras un montón de personas esperaban su turno, tuvimos un rato de oración con ellos. Fue un momento intenso. Dignidad y humanidad. Esperanza y amor de Dios por sus “pequeños”. Lo que ya sabemos y tratamos de hacer siempre que se atiende al necesitado, se plasmó de forma especial en aquel momento lleno de aliento y ternura, que ha quedado grabado en mi memoria. El “No sólo de pan vive el hombre” se vio reflejado aquella tarde. Devoción, seriedad y sinceridad del rezo. Silencio y contenido. Sus “pequeños” rezando juntos. Si cabe, más tomados en serio que otras veces. También ellos tienen la angustia y la incertidumbre del coronavirus, que se junta a la necesidad económica. Hoy, más que nunca, no bastan los macarrones y la leche. Historias de vida… dramas presentes y pasados se pusieron en manos de Dios. Ilusiones y esperanzas salían por los poros de algunos. Y para otros un intenso vivir el momento. Y para todos, la presencia envolvente del Amor de Dios, alimento que sacia e inmuniza.
Seguir haciendo esta oración, puede ser uno de los frutos de esta crisis. Yo no la había hecho nunca. Y me pregunto que por qué, si no sólo de pan vive el hombre. Quizás por corte. O por un intento sincero de no hacer proselitismo. Pero… en absoluto lo viví como proselitismo. Fue ofrecer la mejor comida que tenemos; la que consuela y pacifica; fue querer darles un abrazo especial en estos días de temblor; ofrecer calor y paz al corazón congelado por las circunstancias y transmitir de forma verbal lo que tratamos de decir cada día con el esfuerzo y el servicio gratuito del voluntariado de Caritas: que nos importan, que son hijos, que Dios les quiere, que nosotros les queremos también y que son nuestros hermanos. Rezar juntos es ponernos al nivel. Nadie hay de segunda. Todos, herederos del cielo. No podemos dejar de poner ese Pan en la bolsa. Porque hay muchos problemas, muchas soledades, ausencias… y pobrezas espirituales de baja autoestima o complejos y personas desestructuradas, con dificultades con el alcohol o la droga; con la cabeza dando tumbos según el día o la cerveza que se hayan tomado... Y todos necesitamos un gesto especial de cercanía… eso, todo el mundo lo entiende y le alegra el corazón. Aunque me lo hagan en la lengua de un credo distinto al mío.
Quiero aprender de esto y si nos sirve al resto… que aprendamos de esta experiencia. No hemos de tener corte a la hora de ofrecer oración cuando lo veamos oportuno y, desde luego, cuando creemos que la ocasión lo está pidiendo a gritos. No hay que ir a ganar “adeptos”, sino a servir y a amar; es dar lo mejor que tenemos, aquello que llena y transforma: Jesucristo. Como dice Pedro al lisiado en la puerta “Hermosa” del templo: No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda” (Hch3, 6) Teniendo a Jesucristo no podemos dejar a nadie lisiado o paralizado. Sería una pobreza y un egoísmo por nuestra parte. Que lo acojan o no, no puede paralizarnos a nosotros. Seamos honestos: vergüenza, comodidad, presión social, y, en el fondo, que Jesús no nos llena, ni es el Señor de nuestras vidas… es lo que puede frenarnos en el testimonio. Nadie que cree y está orgulloso de lo que tiene lo esconde. Llenos de orgullo presentamos recién casados a nuestro cónyuge; o el coche nuevo que nos hemos comprado; o el título de nuestro hijo recién licenciado… Pues cuánto más, si estamos orgullosos, no podemos dejar de mostrar al Dios de la Vida, que encima es para todos. Porque ni el coche, ni el título son para compartir, y menos el cónyuge…
Revisemos situaciones en las que, especialmente, tenemos que llevar de forma explícita al Señor y llevémoslo. En la familia, amigos, trabajos… Él va a sanar y levantar. Él abre puertas y caminos. ¿Te imaginas que alguien tiene la vacuna del coronavirus y se la guarda sólo para él y los suyos? ¿Qué pensaríamos de esa persona? Pues no podemos guardarnos a Jesús, porque es más que la vacuna. Es alegría de salvación y sentido para todos.
Ángel