MATERNIDAD DE LA IGLESIA
En los peores momentos de la vida, suele salir siempre lo mejor de nosotros; echamos de menos, también en esos momentos, los detalles y gestos que ahora nos faltan y que en la vida cotidiana no damos mayor importancia; en las peores circunstancias, reconocemos el valor, la grandeza y la seguridad que nos da nuestra gente… Estamos empezando a vivir uno de esos peores momentos… Y ya vamos reconociendo la calidad humana de los que nos rodean. Desde la humildad de lo que son, vemos su impresionante grandeza y estamos agradecidos.
Pasa lo mismo con la Iglesia. A veces no somos conscientes de su grandeza. Entramos en las críticas sesgadas e interesadas que nos vienen de fuera y no somos capaces de reconocer la tarea maternal que tiene con sus hijos. A mí siempre me llama la atención que hablan de la intransigencia de la Iglesia, y yo no tengo más que experiencia de acogida, de humanidad y misericordia, ayudando a mirar siempre hacia adelante. Sin ir más lejos, la inmensa mayoríade los novios que vienen a casarse, ya están viviendo juntos y últimamente muchos vienen con hijos. Jamás he visto rechazo ni reprobación. La “Madre” acoge y retoma la vida de sus hijos para ayudarles a ser luz caminando desde Dios.Y como esto, mucho más. A ningún renegado se le han cerrado las puertas. A todo el que necesita se le trata como hijo de Dios. Ni credo, ni procedencia… la respuesta de la Iglesia es ¡Soy tu Madre!
Y ahora, en este tiempo marcado por el drama del coronavirus, la Iglesia sigue siendo Madre y lo manifiesta de forma muy especial. En estos días, hemos tenido dos grandes caricias suyas: la primera, el mandato maternal de nuestro obispo de dejar las iglesias abiertas como “hospitales de campaña” para mantener vivo el espíritu comunitario; para ayudarnos en lo cotidiano; para mantener al pie del cañón a quien lleva 50 años siendo fuente y referencia en el barrio; y para acoger a cualquiera que espiritualmente tenga la urgencia de recibir el abrazo sacramental de nuestro Dios. Incertidumbre, angustia y pánico son peligrosos virus del alma. La Madre Iglesia se siente con la obligación de estar al pie de la Cruz velando por todos sus hijos, como está la Madre María. No cabe en su corazón abandonar a sus hijos ni dejarlos en la estacada.
Y otra caricia maternal que hemos tenido en estos días, ha sido la promulgación de indulgencias plenarias para los aislados en casa, los médicos y sanitarios, los enfermos de coronavirus, sus familias y los moribundos. Qué grandeza la de la Madre buscando la paz del corazón de sus hijos. La Iglesia, consciente de la labor de Buen Samaritano de cuidadores y personal sanitario, dándolo todo; consciente de la responsabilidad de vivir el aislamiento que las autoridades nos piden y lo duro que es; consciente de las circunstancias de “apestados” y de la soledad en la que están afrontando la muerte miles de personas… la Madre Iglesia ha querido regalar lo mejor que tiene a sus hijos: concederles el perdón total del pecado y la pena. Con las indulgencias, la Madre dice a su hijo sufriente que no tenga miedo, que está con él, que le cuida y que le quiere. Que para ella no es un apestado, que es su hijo querido y que Dios le quiere hasta dar la vida, que conoce la verdad de su interior, que con su palabra de arrepentimiento y de querer vivir el cielo, le basta. Que no tiemble tu corazón, le repite. Eres mi hijo amado y quiero tu paz y lo mejor para ti. Y como buena Madre, le da todo lo que está en su mano. En este caso, las llaves del cielo.
Pero, como siempre, hay algo más: esa Madre Iglesia somos todos. La Iglesia está formada por todos los bautizados. El ejemplo de maternidad que nos han dado nuestro obispo y el Papa son un ejemplo que nos invita adespertar yrevitalizar nuestra maternidad. Cada uno de nosotros, hombres y mujeres, tenemos que plantearnos si somos“madre o madrastra”; si estoy pendiente de “mis hijos” o me aíslo; si “mis hijos” son sólo unos pocos o si son todos los hijos de Dios; si mi maternidad es posesiva al estilo de una gallina clueca o si es una maternidad que enseña a volar; si, desgraciadamente, me resisto a ser madre y me enquisto en una adolescencia egoísta y eterna…
Siempre, y quizás hoy más que nunca, estamos necesitados de “madres” que nos den paz, que estén pendientes de uno, que sean refugio y remanso de paz; que den esperanza y valor para la vida; que nos hagan sentir el calor del hogar y la familia; que notes su compañía y su fidelidad aunque estén lejos; que nos enseñen a luchar y ser fuertes en medio de las dificultades; que unan y reconcilien a los hermanos… estamos necesitados de Madre Iglesia. Pues esa “Madre” somos tu y yo. El mundo necesita que desarrollemos nuestra maternidad. ¡Qué tarea más preciosa y apasionante tenemos por ser Iglesia! ¡Vamos a ello!
Ángel