BENDECIDO

 

En el libro del Génesis vemos cómo Dios se pasea por el paraíso pendiente de la suerte del hombre. El mismo Dios sigue pendiente de nosotros y se sigue “paseando” por el mundo. Su presencia no es como la de aquellos que tienen que aparentar estar al lado y llegan a hacerse la foto en el lugar oportuno. La presencia de Dios es una presencia que realmente acompaña y llena al ser humano. En los barrizales en los que nos estamos moviendo en estos días, me he sentado a contemplar el paso de Dios y, lo primero que le he visto es enfangado con nosotros hasta las cejas. Es alucinante ser testigo de cómo es realmente Padre que viene a darse a sí mismo. Nos conoce, iba a decir, “como si nos hubiera parido”… nos conoce como creador y como Dios encarnado que se ha hecho igual en todo a nosotros menos en el pecado.

Y porque nos conoce tanto, se da cuenta de que necesitamos alimento espiritual y corporal. Uno y otro son imprescindibles para la vida. Nos conoce más que nosotros mismos. El mundo de hoy, piensa que la solución de nuestros problemas está exclusivamente en los medios materiales y el dinero… Sin embargo Dios sabe que necesitamos eso y mucho más. Os comento lo que he visto…

En ese contemplar, he visto a nuestro buen Dios trabajar para saciar al hombre en su integridad. Le he visto luchar con tesón para dar cobijo a sus hijos sin hogar; le he visto alegrar el corazón de muchísimos con comida; y convertir lo pequeño en grande, haciendo que se sientan privilegiados,y muy bendecidos por Él, simplemente por tener el “lujo” de poder comer una pizza. He visto a Dios trabajar y cargar furgonetas de alimentos para caritas y el comedor solidario, y disfrutar viendo cómo sus hijos los comparten y los reparten;le he visto haciendo mascarillas con la alegría de saber que su esfuerzo era para proteger a los que se la juegan por curar a sus hermanos. He escuchado a Dios por teléfono mientras me contaba su agotamiento en jornadas interminables de trabajo en el hospital; he visto a Dios dando y recogiendo frascos y dinero para atender a los más débiles; le he visto subiendo paquetes al hospital para que sus hijos tengan lo necesario para su higiene…

Y, contemplando, también le he visto cambiar el gesto en los labios de una señora con pánico y angustia, que sonreía cuando escuchaba su voz reconfortante. Y cómo, tras regalar el bálsamo de la unción de los enfermos, era capaz de arrullar el sueño de quien, instantes antes, era incapaz de cerrar los ojos por el miedo y la preocupación. Le he visto en el hospital reconfortando al personal sanitario y a los enfermos… y a la vez, haciendo suyo su trabajo y su sufrimiento. Estaba, en el cementerio, abriendo las puertas del cielo a un caído por el coronavirus, a la vez que consolaba con palabras de vida eterna al hijo que lloraba la muerte de su padre. Y le veo fortalecer familias llegando a casa como pan del cielo para alimentarlos, escucharlos y a pasar un rato con ellos. Y le veo llenar y pacificar corazones con la comunión espiritual; y he visto la alegría, el descanso y la paz de las almas que se dejaban abrazar y reconciliar con el sacramento del perdón… Y le veo saliendo a buscar a su hijo necesitado de aliento y sentado en la Iglesia y en el Sagrario para acoger, escuchar y consolar al que llegue… Y veo su fidelidad y su permanencia en las puertas abiertas de la Iglesia y en la celebración diaria de la Eucaristía.

Y contemplo cómo le ven y le hablan los corazones confiados en su amor. Comparto una de estas experiencias: Ayer, una mujer que acababa de morir su marido a quien ama con locura, me dijo con una ternura tremenda: “han dado negativas las pruebas del coronavirus que nos han hecho. Me lo ha concedido el Señor, es un Solete; mi hijo todavía me necesita”Sentir a Dios como un “Solete” que nos cuida y alumbra… Contemplé a Dios rebosando el corazón de esta mujer que, atravesada por el dolor de la muerte, mira hacia adelante sabiendo de Quien se ha fiado.

No puedo negar la congoja y el daño tremendo que estamos sufriendo en el campo de batalla… Es terrible. Pero tengo que decir que me siento bendecido, muy bendecido, al poder contemplar en cada momento, a Dios con los suyos; porque veo el triunfo de la vida en medio de la batalla; porque veo su amor encarnado y su fidelidad; porque además siento que cuenta con cada uno de nosotros y nos hace necesarios a todos; porque nos enseña a vivir con su ejemplo; porque no pierde el tiempo en nada que no sea construir, consolar, levantar, dar de comer… Un Dios que nos hace mirar hacia adelante, que coge en brazos al que no puede más; que llora junto a nosotros con un llanto fecundo que hace germinar la vida que el sufrimiento y el miedo quieren sepultar; y que hace inexcusables nuestros brazos para seguir repartiendo a todos, el pan de la tierra y el pan del cielo: buenos samaritanos y ángeles de Dios que consuelan y fortalecen en el Getsemaní de hoy.

Y tú, ¿te has parado a contemplar el paso de Dios a tu alrededor? ¿le has preguntado a quién quiere visitar dándose un paseo contigo?

 

Ángel